Decrecer es lo contrario de lo que se predica en todos los medios y, sin embargo, en mi opinión, absolutamente necesario para que el planeta sea habitable por nosotros y por el resto de especies que nos acompañan. Hablo de decrecer con amigos, con compañeros de trabajo, con conocidos y me miran raro. ¿Qué es decrecer? ¿Nos interesa decrecer? ¿Estamos preparados para decrecer?
Todos tenemos nuestras vidas, con nuestras complicaciones, nuestras prisas, muchas veces con un ritmo frenético que no nos permite pararnos y pensar hacia dónde vamos.
Escuchamos la palabra crecimiento a todas horas. Tal empresa ha crecido un x% respecto al año pasado. El crecimiento de la esperanza de vida, el crecimiento de la población, el crecimiento de los coches, el crecimiento de la capacidad productiva… Crecer y crecer sin más intención que nuestra comodidad. Las consecuencias a medio y largo plazo son terroríficas. Incluso las consecuencias inmediatas empiezan a serlo también.
Decrecer como especie
El crecimiento de la humanidad es insostenible. Somos casi 8.000 millones de habitantes en el planeta y crecemos a un nivel exponencial. Los recursos son finitos y nuestras pretensiones de consumir y expandirnos infinitas.
Es hora de empezar a hacer lo contrario de lo que hemos venido haciendo desde hace centenares de años y, particularmente en el último siglo. Hay que decrecer como especie. Pero no solo un decrecimiento radical en número de habitantes sobre el planeta, sino un modelo de decrecer en el consumismo irracional que nos invade. Decrecer en ansidedad, en prisa, en envidia de lo ajeno. Y crecer en vivacidad, en caminar y en enamorarnos de la Naturaleza cada día.
Yo creo que no estamos preparados ahora mismo como especie para un cambio tan radical. Pero lo imposible debe hacerse posible y decrecer debe implementarse en nuestros pensamientos de forma acelerada para evitar la catástrofe que nos espera en pocas décadas.
Mirando la gráfica anterior vemos que desde los años 50 el crecimiento es exponencial. El tratamiento de las enfermedades mortales de forma tan eficaz gracias a la ciencia nos permite que vivamos más, que la mortalidad se reduzca ostensiblemente y que, además, la vida sea más extensa, que no muramos con 40, 50 o 60 sino que nos acerquemos e incluso pasemos los 100 años. Esto que debería ser un motivo de alegría, son malas noticias pues no hay planeta para tanto humano. Los recursos son limitados y nuestra hambre de devorar ilimitada y perversa.
La ciudad manda y destruye lo vivaz
Ya comenté en un artículo el por qué es importante vivir en la naturaleza, lejos de la ciudad en un entorno rural que invita a decrecer. Sin embargo la humanidad tiende a vivir en ciudades, lejos de todo lo vivaz. ¿Qué sucede entonces? El poder se concentra en personas que viven casi toda su vida en ciudades y las necesidades de la ciudades no son nada sostenibles. Además vivir de espaldas a la naturaleza se ha convertido en algo normal.
La destrucción masiva de la naturaleza se hace sin que pestañeemos y estamos hipotecando terriblemente la calidad de vida de nuestros descendientes y aniquilando la capacidad de vida de muchas especies. Es algo terrible, inhumano y condenable.
Tiramos toneladas de comida que no consumimos. Creamos plástico para nuestra comodidad y lo tiramos al mar, axfisiando la vida en los océanos. ¿Cómo podemos ser tan despreciables?
El petróleo y el plástico que a mediados del siglo XX venían a ser una gran revolución para nuestra mejora de vida, han sido en realidad el gran veneno que nos está matando.
Volver a lo natural: decrecer
A pesar de lo mucho que dañamos a la Naturaleza, ella siempre nos espera para llenarnos de vitalidad y de optimismo. Sus árboles nos protejen y regulan la temperatura para que no pasemos calor ni frío. Nos proporciona los alimentos que necesitamos, sin necesidad de ultraprocesados. Y todo ello con un coste mínimo o muy razonable. Crecemos en vitalidad y decrecemos en consumismo. Sustituimos el gimnasio por cuidar de nuestro jardín y nuestro huerto. Todo cobra sentido de nuevo.
En tiempos de pandemia han sido muchas las personas que se han decidido a salir de la ciudad e instalarse en entornos rurales. La vida cambia. Se abren muchas puertas y se descubre un mundo insospechado lleno de vitalidad y luz. La vivacidad invita a decrecer, una vez más.
Soluciones al crecimiento sin límite
Sin duda la política tiene mucho de culpa en lo que está sucediendo y también puede ser la solución. El gran Joaquín Araújo respondía así a una pregunta sobre la inacción de los políticos:
Se debe a que, en política, el futuro ni existe ni vota. Es así. En cambio, un campesino naturalista siempre trabaja para el futuro. El tiempo de los políticos, que son analfabetos medioambientales, es el presente y, por tanto, centrípeto y acomodaticio. Es un cóctel abiótico y agresivo. Los que nos gobiernan no saben lo que es la vida. Nos gobiernan los algoritmos. Es una empanada devastadora muy poco humanista. Me río cuando los socialistas hablan del socialismo humanista: ¡Si habéis dejado de ser humanistas hace bastante tiempo! El humanismo exige un respeto extraordinario a la condición viva del ser humano.
Cada vez somos más y más ignorantes, otra frase del gran naturalista nos invita a pensar hacia dónde deriva la existencia del ser humano en la actualidad. El egoísmo, la ultradependencia de las redes sociales. El yo como único objetivo y decrecer como alternativa radical y efectiva a todos esos males.
Superar el modelo capitalista
Cuando alguien habla de superar el modelo capitalista, inmediatamente se le presupone abrazar el modelo comunista. En estos términos decimonóninicos está la mayoría de la sociedad a nivel de mentalidad política. Y obviamente la respuesta es no. El modelo capitalista parte de la base de la existencia de materias primas infinitas. Eso está muy bien en una mentalidad ultracapitalista o de fans de la guerra de las galaxias, en la que ya podemos explotar otros planetas, pero está fuera de la realidad. Si somos 500 millones de habitantes es una cosa, pero 8.000 millones y creciendo, totalmente inviable.
La realidad dice que ni marte es habitable ni lo va a ser ni tampoco ningún otro planeta de nuestro alrededor. Sería, además, una aberración biológica. El único lugar dónde podemos vivir es en el planeta Tierra y lo estamos destrozando. Decrecer es la única vía.
Debemos poner en nuestor horizonte vital, y hacerlo urgentemente, el reconocimiento del planeta, nuestra dependencia natural de él y, por tanto, nuestra obligatoriedad de cuidarlo y reparar todo lo posible, el destrozo que le hemos y continuamos haciendo.
El nuevo modelo, por tanto, debe ser sostenible, contemplar un decrecimiento como especie y unas necesidades distintas, más limitadas, por supuesto, pero no por ello podemos dejar de ser felices viviendo en armonía con la naturaleza.
El bosque como modelo
También Joaquín Araújo nos invita a reflexionar en el bosque como el modelo de autoregulación. Fuente de vida. Casa de la vida. No crece más de lo que puede sostener. Invita a la multidisciplinaridad vital. Todos los seres vivos están invitados. Convive agua, aire, tierra y, también fuego en ocasiones.
Esa limitación nos debería invitar a reflexionar del porqué es genial decrecer. Encontrar nuestro lugar exacto en el planeta en el que no hacemos daño, convivimos y dejamos también que se expresen otros tipos de vida vegetal, animal…
El coche eléctrico vs el de gasolina como ejemplo
Cuando se habla del coche eléctrico, de las primeras cuestiones que se tratan es la autonomía, la dificultad de cargarlo, el tiempo que precisa estar parado para poder volver a tener autonomía, la poca distancia que puede recorrer, siempre comparándolo con el coche impulsado por gasolina o derivados.
Y ese es el cambio de mentalidad que nos falta: pensar en decrecer, aceptar el decrecer. Si se tarda más en cargar pues perfecto. Si podemos hacer menos kilómetros perfecto también. Hay que vivir más lento y no pretender seguir fagocitando recursos y generando CO2 como sino hubiera un mañana. Vivir más lento no es necesariamente peor. Ese es el chip que tenemos que cambiar.
¿Estamos dispuestos a hacerlo? Probablemente por las buenas no. Estaremos como especie, como un mal alumno, haciendo los deberes por la noche y estudiando a última hora para aprobar raspado. Las consecuencias del cambio climático las tenemos ya aquí. No van a ser el siglo que viene ni el próximo milenio. Son ya, y tienen consecuencias para siglos e incluso milenios.
Seguramente el modelo de compartir coches o un servicio bajo demanda puede dar solución al exceso de coches que hay en el mundo. ¿Seremos capaces de pensar en no ser propietarios de un coche? Es un cambio importante en nuestro modelo de pensamiento que solo piensa en crecer y no en decrecer.
La deforestación uno de los grandes problemas de la humanidad
Hemos reducido al 14% el territorio original que teníamos hace tan solo 3 o 4 siglos. El impacto de los humanos sobre el planeta ha sido terrible.
La deforestación es uno de los grandes males, junto a la expulsión contínua de gases tóxicos a la atmósfera.
Debemos plantearnos volver a plantar masivamente y plantar con sentido. Cada hábitat requiere unas especies determinadas de árbol para desarrollarse de forma sana y equilibrada. Ayudemos a la naturaleza a regenerarse poniendo nuestra tecnología a su servicio. Plantemos árboles y hagámoslo masivamente. Nuestros descendientes nos lo agradecerán.
La basura y un recuerdo de la infancia
Os comparto una anécdota de mi infancia. Los veranos eran interminables en casa de mis abuelos paternos. Veía con ojos de niño de ciudad cómo vivían. Conviviendo con muchos animales de granja, entre campos infinitos de naranjos. Había algo que me sorprendía sobremanera y es que no se tiraba la basura cada día. Los restos de la comida familiar se les daba a los animales de granja y una vez cada mes se quemaban los pocos resíduos que no eran comestibles.
En mi piso de ciudad pasaba el camión de la basura cada día a las 21h por delante de casa. Se bajaban las bolsas de basura y se apilaban en el suelo. Luego aparecieron los contenedores. Veía cómo los basureros cogían todas esas bolsas y las tiraban dentro y el camión las mordisqueaba y reducía a trocitos. ¿Qué pasaba luego? No era algo que ocupase mis pensamientos.
Al ver que mi abuelos tenían una civilización tan pobre que no tenían ni siquiera resíduos era algo que, en lugar de admirar, me producía cierto rubor. Y ahora, con vistas de adulto, me parece una forma formidable de vivir. No consumiendo más de lo que se produce, en consonancia con la filosofía del decrecer.
Un punto azul pálido
En febrero del 94 Carl Sagan publicó un libro de referencia en la divulgación científica: Un punto azul pálido. El nombre viene de una imagen que se tomó hacía 4 años en febrero del 90 por la Voyager 1 en el que se enfocaba a la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros y que era la más lejana que se había realizado en la historia de la humanidad de nuestro planeta.
Esa presencia ínfima del ser humano nos daba la dimensión de lo que somos en el universo: Nada. Carl escribió este texto que es un soberbio poema sobre la mirada que deberíamos tener sobre nuestro hogar y que nos invita, una vez más, a decrecer. Y con esto concluyo este post que os invita a reflexionar sobre el concepto decrecer.
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que en su gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… es desafiada por este punto de luz pálida.
Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.
Un comentario
Muy interesante Josep.
No podemos esperar el cambio por parte de las autoridades. Como consumidores tenemos que ser responsables. Rechazar los alimentos que tengan envolturas pláticas, premiar y consumir los productores ecológicos y sostenibles. Y además, transmitirle esta perspectiva a nuestros hijos para que lo continúen.
Gracias por invitarnos a la reflexión.
¡Saludos!